No sé qué tiene la literatura japonesa que me atrapa, me fascina, su ritmo especial, sus descripciones sencillas, su tiempo diferente, la melancolía que lo llena todo. Con Mitsuyo Kakuta me ha vuelvo a suceder y su libro La cigarra del octavo día me ha conquistado. No, no es literatura romántica, porque sí, leo más géneros.
¿De qué va? Kiwako lo ha perdido todo y cree que no tiene nada más que perder. El libro comienza con ella robando un bebé de pocos meses. Al principio no sabemos quién es el bebé, quiénes son los padres, nada, después lo vamos entendiendo todo y casi llegamos a comprender las razones que la han movido a hacer esto.
Me gusta de la novela que, aunque Kiwako ha cometido un delito, es una secuestradora, la forma en que está narrado nos hace sentirnos casi cómplices, llegamos a entender por qué lo ha hecho, por qué sigue adelante y, en mi caso, hasta empatizaba con ella.

Kiwako huye con su niña, porque es suya desde ese momento, y hace todo lo que está en su mano para cuidarla como se cuida a una hija.
Me sorprendió que, más o menos sobre la mitad del libro, aparece una segunda voz. Kiwako nos narra la primera mitad y la niña nos cuenta la segunda. Es una sensación magnífica y una forma de ver cómo vive la situación cada uno de ellos.
La historia aborda temas como las relaciones familiares, el maltrato y la maternidad. Es una novela dura, cargada de crítica social y merece mucho la pena dedicarle tiempo a disfrutarla.
La cubierta, además, me enamora, una imagen de las que para mí son Kiwako y la niña que no puedes dejar de mirar sin ser nada «bonito» ni pretenderlo.